Juan López y Juan Ward
Por Jorge Luis Borges
Les tocó en suerte una época extraña
El planeta había sido parcelado en diversos
países, cada uno provisto de lealtades, de
queridas memorias, de un pasado sin duda
heroico, de antiguas o recientes tradiciones,
de derechos, de agravios, de una mitología
peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios
de demagogos y de símbolos.
Esa arbitraria división era favorable a las guerras.
López había nacido en la ciudad junto al río
inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad
por la que caminó Father Brown. Había estudiado
castellano para leer el Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le
había sido revelado en un aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una
sola vez cara a cara, en unas islas demasiado
famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y
cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción
los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que
no podemos entender.